La Batuta

La peligrosa intransigencia de Trump amenaza con desatar una guerra total en Medio Oriente

19 junio, 2025
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La situación entre Irán e Israel se deteriora rápidamente, y la posibilidad de una intervención militar directa de Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump es cada vez más real. El expresidente abandonó abruptamente la cumbre del G7 para regresar a Washington, donde ha emitido amenazas explícitas contra Irán, incluyendo llamados públicos a evacuar Teherán, en una alarmante violación del derecho internacional.

Trump insiste en que Irán debió “firmar el acuerdo”, una exigencia que se asemeja más a una rendición incondicional que a una verdadera negociación diplomática. Esto, a pesar de que Irán ya estaba dispuesto a dialogar y no existen pruebas de que esté desarrollando armas nucleares, como han reconocido incluso agencias de inteligencia estadounidenses.

La escalada, iniciada con ataques israelíes, ha provocado una respuesta de Irán que demuestra su capacidad de defensa, mientras Estados Unidos moviliza activos militares hacia Europa y Medio Oriente. En este contexto, analistas advierten sobre la posibilidad de un ataque de falsa bandera para justificar una guerra.

La postura de Trump no solo ignora la legalidad internacional, sino que incrementa el riesgo de un conflicto catastrófico. Su retórica belicista y unilateral alimenta el pánico, silencia voces disidentes y perpetúa una narrativa engañosa que busca justificar lo injustificable: otra guerra innecesaria que podría costar miles de vidas civiles.

En medio de todo esto, voces judías dentro de Irán condenan la agresión israelí y desmienten la idea de un conflicto religioso, dejando en evidencia que no es una guerra entre pueblos, sino entre gobiernos y agendas geopolíticas.

La comunidad internacional debe actuar con urgencia para detener esta deriva hacia el abismo. El silencio ante la intransigencia de Trump es, en última instancia, complicidad.

La guerra que puede derrotar al imperio

22 junio, 2025
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En el contexto actual de guerra abierta entre Irán e Israel, Estados Unidos parece inclinarse hacia un papel cada vez más directo, lo que convierte este conflicto en una guerra conjunta, aunque no declarada formalmente, entre Washington y Tel Aviv contra Teherán. Desde el inicio del ataque, el gobierno iraní ha tomado medidas para proteger a la población civil: ha permitido que buena parte del funcionariado trabaje desde casa para facilitar su salida de la ciudad, y Teherán se ha vaciado parcialmente como resultado.

La estructura del país ha cambiado, pero sigue en funcionamiento. La moral, lejos de quebrarse, se ha fortalecido. La unidad interna ha crecido, incluso entre sectores que antes se mostraban más abiertos hacia Occidente. Para muchos iraníes liberales que alguna vez creyeron que los regímenes occidentales eran racionales o dialogantes, los últimos acontecimientos han demostrado que esa suposición era, en el mejor de los casos, ingenua.

Los ataques israelíes han sido brutales. Han bombardeado edificios civiles, hospitales, automóviles particulares —en uno de ellos viajaba una mujer embarazada de ocho meses que murió junto a su familia—, y también han asesinado a científicos y académicos iraníes. Al mismo tiempo, Irán responde con contundencia. Sus misiles, con grandes cabezas explosivas, están impactando con fuerza en territorio israelí.

El conflicto ha sacado a la superficie una red de infiltraciones: personas reclutadas en su mayoría de comunidades vulnerables como los refugiados afganos han sido arrestadas en Irán por colaborar con Israel. La sociedad, sin embargo, se ha movilizado en respuesta. Ciudadanos comunes colaboran con las fuerzas de seguridad; reportan actividades sospechosas, inspeccionan bases militares en áreas rurales y participan activamente en la defensa del país.

La participación de bases estadounidenses en Turquía, Qatar, Omán, Bahréin, Emiratos Árabes y Kuwait es evidente. Irán considera que Estados Unidos está proporcionando tanto apoyo defensivo como ofensivo a Israel, y que sus aliados regionales —aunque reacios— están atrapados en esta lógica de sumisión geoestratégica a Washington. El Golfo Pérsico, controlado parcialmente por Irán, es un punto neurálgico.

En cuanto a sus objetivos, Irán busca golpear tanto al aparato militar como a la economía israelí. Los ataques a la bolsa de valores israelí y a depósitos de combustible apuntan a generar presión interna sobre la clase dominante del régimen. El objetivo es claro: que el costo político y económico obligue a Tel Aviv a desistir. Pero Irán no busca apaciguar ni a Israel ni a Estados Unidos.

Si Estados Unidos decide escalar el conflicto, Irán podría cerrar el estrecho de Ormuz —el paso marítimo más importante del mundo para el tránsito de petróleo—, hundir petroleros o destruir infraestructura energética. El conflicto, de intensificarse, podría provocar una catástrofe económica global. La crisis superaría a la Gran Depresión del siglo XX.

Una de las mayores fallas estratégicas de Washington ha sido no haber preparado una narrativa coherente. A diferencia de Irak, donde la historia de las "armas de destrucción masiva" fue sembrada durante años, el ataque a Irán ha llegado sin justificación creíble. El propio director del OIEA ha dicho que no existen pruebas de que Irán esté desarrollando armas nucleares.

Hoy, Irán no está aislado como en la década de los 80. Ahora, Irán tiene relaciones sólidas con Rusia, China, el bloque BRICS, y buena parte del sur global. Occidente, en cambio, está en declive económico, desgastado militarmente, sin cohesión política ni narrativa. Su "poder blando", antaño admirado, ha sido aniquilado por su hipocresía.

Por eso, Irán sigue de pie. Porque la guerra nunca ha sido realmente por derechos humanos, terrorismo o energía nuclear. Es por Palestina. Es por Gaza. Es por Asia Occidental. Irán no está dispuesto a rendirse, ni a ser humillado, ni a abandonar su compromiso con los pueblos oprimidos. La cultura iraní, forjada en siglos de resistencia, no se doblega ante matones. La narrativa ha cambiado. El emperador está desnudo.