Sin mayor resistencia interna, el Congreso de la República eligió este 26 de julio al parlamentario José Jerí (Somos Perú) como presidente de la Mesa Directiva para el periodo legislativo 2025-2026. Jerí, quien arrastra una denuncia por violación sexual y presunto enriquecimiento ilícito, obtuvo 79 votos frente a los 40 alcanzados por su contendor, José Cueto (Renovación Popular). De esta forma el hemiciclo revela un Parlamento sin escrúpulos, dispuesto a blindarse hasta el final.
La sesión, celebrada en vísperas de Fiestas Patrias, fue un retrato del deterioro institucional: gritos, reclamos cruzados, cédulas con mensajes políticos, votos en blanco y nulos, y una cadena de incidentes que acompañaron tanto la elección como la juramentación. Nada fue suficiente para frenar la entronización de un grupo que, con aplomo y sin vergüenza, muestra los límites éticos y políticos de una Legislatura que se aproxima a su final envuelta en el descrédito.
Junto a Jerí, completan la Mesa Directiva tres rostros que sintetizan la crisis del sistema, Waldemar Cerrón (Perú Libre), hermano y cómplice del prófugo Vladimir Cerrón, repite el plato como segundo vicepresidente; Fernando Rospigliosi, operador sin bandera ni bancada que aterrizó en Fuerza Popular tras sucesivos desplazamientos ideológicos, ocupa la tercera vicepresidencia; y Ilich López (Acción Popular), involucrado en el escándalo de “Los Niños”, completa el equipo desde la primera vicepresidencia.
Este cuarteto no representa una renovación ni un intento de reforma: es el cierre de filas de una alianza que busca sostenerse hasta el 2026 blindando intereses, operando con el Ejecutivo de la Boluarte, y garantizando impunidad. La elección de Jerí es un símbolo del maridaje entre corrupción, impunidad y cálculo político, que ha marcado estos últimos años.
En su último tramo, el Congreso que enfrentó intentos de cierre, investigaciones fiscales y niveles históricos de desaprobación, ha optado por un rumbo sin retorno. La elección de esta Mesa Directiva no solo ignora el clamor ciudadano por limpieza y renovación, sino que refuerza la idea de que el Parlamento opera hoy como una organización atrincherada, blindando a sus miembros y tejiendo alianzas funcionales a un régimen sin rumbo ni legitimidad.
A estas alturas, los límites de esta Legislatura no son solo éticos, son estructurales. No hay capacidad de autodepuración, ni voluntad de reforma. Lo que queda es una gestión enfocada en resistir, en blindar y en negociar en función de cuotas y favores.