FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO
LLeno total, libros por toneladas y lectores por milagro
LLeno total, libros por toneladas y lectores por milagro
FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO
LLeno total, libros por toneladas y lectores por milagro
Otra vez la Feria Internacional del Libro de Lima. Un evento que, según sus organizadores, es una “fiesta de la cultura”, un “espacio de encuentro” y un “esfuerzo para fomentar la lectura”. Palabras grandes, altisonantes, infladas como los precios de los libros en los stands. Lo cierto es que Lima, como el resto del país, no lee. Nadie lo dice en voz alta porque se arruinaría el negocio, pero la verdad es simple y brutal, se compran libros, sí, pero no se leen. La FIL es un éxito rotundo de ventas, de selfies, de influencers con gafas grandes que repiten frases ajenas, de colas interminables que sobrepasan las capacidades de los organizadores y, de paso, de INDECI, de los bomberos y de los grises inspectores municipales de Jesús María.
Hablan de más de 15,000 visitantes diarios, de 250 stands, de auditorios llenos, de entradas agotadas. Lo cierto es que esto es más parecido a una feria de conciertos con food trucks, merchandising literario y postureo editorial. El rojo institucional de este año bien podría ser rojo sangre, como en los ruedos, porque si sucede una desgracia el hacinamiento será el culpable. Nadie controla nada. Todo es entusiasmo comercial y desborde emocional. Como si comprar un libro fuera en sí mismo un acto de lectura. Como si llevarlo en la mochila ya justificara la falta de comprensión lectora en el país.
Claro, se saluda la presencia de escritores peruanos jóvenes, que resisten con dignidad, aunque a veces más cerca del algoritmo que del párrafo. También a músicos que pisan los escenarios sin haber abierto un libro desde el colegio, pero que igual son celebrados como “artistas integrales”. Morricone tiene su tributo, y bien merecido, aunque probablemente la mayoría del público crea que se trata de una marca de pasta italiana.
Italia es el país invitado, y su delegación aporta inteligencia, belleza y pensamiento. La literatura europea, que aún resiste entre los escombros del mercado, tendrá su rincón, su auditorio exclusivo, su puñado de lectores fieles. Bienvenidos Bartoletti, Vecce, Montanari y Tamigio, porque su presencia dignifica un evento que por momentos se convierte en verbena. También están los españoles de siempre, los colombianos con premios, y los argentinos con humor. Todo bien, todo correcto. Pero no olvidemos que vivimos en un país que festeja la cultura sin consumirla.
En este contexto, cómo no hablar del esfuerzo grotesco por censurar la cultura rusa. La guerra entre Rusia y Ucrania ha servido de excusa para bloquear autores, cerrar puertas a la música, negar la ciencia y el ballet que esa nación ha legado a la humanidad. Rusia ha sido víctima de un apagón cultural en medio del conflicto, como si su historia artística pudiera borrarse con sanciones. El humanismo ruso, de Dostoievski a Chéjov, de Prokofiev a Tarkovski, ha sido arrinconado en nombre de una corrección hipócrita.
Y mientras tanto, Gaza sigue siendo masacrada. El Estado de Israel comete un genocidio a plena luz y los grandes escritores del mundo callan. No escriben, no se pronuncian, no firman manifiestos. Se ocupan de conferencias, de firmas de libros, de cuotas de ventas, pero el asesinato colectivo que ocurre en Palestina apenas si aparece en una línea marginal. Se podrá decir que “no es el espacio”, que “es un evento cultural”, pero precisamente por eso deberían alzar la voz.
Pese a todo, hay cosas que celebrar. El encuentro con lectores verdaderos, los pocos, pero valiosos. La posibilidad de regalar un libro a un niño sin esperar que lo entienda de inmediato. La oportunidad de descubrir a un autor que no figura en los rankings. La presencia de editoriales independientes que luchan desde las trincheras. Las propuestas que se alejan de la pose y buscan una voz.
Y, por supuesto, algunas proposiciones concretas, leer un cuento al día, aunque sea en el bus. No compartir frases de libros que no se han leído. Apoyar a las editoriales pequeñas. Pedir en las escuelas menos PDFs y más libros impresos. Exigir que las bibliotecas estén abiertas y no se conviertan en depósitos. Preguntar en la feria por un autor africano, un poeta sirio, una mujer mapuche, y no quedarse solo con el último best seller de supermercado.
Sí, la FIL es un éxito. Pero también una gran mentira que encubre el hecho doloroso de que vivimos en un país cada vez más inculto, más superficial y más ciego. Que la feria se desborde, si quiere. Pero que no nos vendan cultura cuando lo que hay es espectáculo y negocio.